Joseph Profaci, director ejecutivo de la North American Olive Oil Association (NAOOA)
A veces, las grandes batallas comienzan en los lugares más inesperados. Hoy, una de ellas se libra en la intersección entre la salud, el comercio y un producto milenario: el aceite de oliva. Para muchos, no es más que otro ingrediente en la cocina; para otros, es una herramienta clave para la salud pública.
Durante los últimos meses, la North American Olive Oil Association (NAOOA) ha sido prácticamente la única en señalar que imponer aranceles al aceite de oliva iría en contra del objetivo de la iniciativa Make America Healthy Again, que busca promover dietas saludables para combatir la obesidad y las enfermedades crónicas. Dado que la producción nacional apenas puede cubrir un 3% del consumo anual de aceite de oliva en Estados Unidos, estos aranceles provocarían aumentos de precios que harían inaccesibles incluso los aceites más económicos para millones de familias estadounidenses de bajos ingresos que intentan mejorar su salud.
Sin embargo, esta semana, de forma repentina, ya no estamos solos en esta conversación. El artículo de opinión de Rachel Sugar en The Atlantic aborda exactamente este problema, y una petición ciudadana en Change.org se ha lanzado para rechazar los aranceles al aceite de oliva. Esta oleada de apoyo refleja que el tema está ganando visibilidad. Esperamos que más voces se sumen para convencer a los responsables políticos de que excluir al aceite de oliva de los aranceles contribuirá a construir un Estados Unidos más saludable y feliz.
La postura de la NAOOA ha sido clara: el aceite de oliva no es un lujo, es un alimento esencial. Los beneficios del aceite de oliva virgen extra están bien documentados, desde la prevención de enfermedades cardiovasculares y trastornos metabólicos, hasta su impacto positivo en la salud cerebral. Además, es uno de los pilares fundamentales de la dieta mediterránea, reconocida mundialmente por sus efectos positivos sobre la salud y el bienestar.
No obstante, la propuesta de imponer aranceles al aceite de oliva en Estados Unidos pone en riesgo el acceso a este producto esencial. Cuando los precios suben, no son las familias de mayores ingresos quienes dejan de comprarlo, sino aquellas que más lo necesitan. Si se implementan estos aranceles, se convertirían en un impuesto indirecto a la salud de millones de estadounidenses, especialmente los de menores ingresos que buscan mejorar su bienestar.
Afortunadamente, no estamos solos en esta lucha. El movimiento Make America Healthy Again (MAHA) ha colocado la nutrición preventiva en el centro de su agenda, reconociendo que lo que comemos tiene un enorme impacto en nuestra salud. Legisladores como el senador Roger Marshall, M.D., entienden que la clave para combatir las enfermedades crónicas no está solo en las consultas médicas, sino en lo que las familias pueden permitirse poner en sus mesas.
A nivel internacional, el Congreso Mundial del Aceite de Oliva (OOWC) también se ha sumado a este debate. Durante un evento celebrado en Washington D.C., en colaboración con la NAOOA, expertos de todo el mundo coincidieron en que restringir el acceso al aceite de oliva en mercados clave como el estadounidense tendría consecuencias sanitarias y sociales importantes. No se trata solo de proteger un alimento, sino de apoyar un modelo de consumo más sostenible que esté alineado con los desafíos globales de salud del siglo XXI.
Aunque las tensiones comerciales y políticas dificultan el camino, es crucial seguir luchando en todos los frentes: legislativo, mediático y ciudadano. La reciente reducción temporal de los aranceles es un paso en la dirección correcta, pero no es suficiente. No debemos bajar la guardia, sino redoblar los esfuerzos para garantizar que el aceite de oliva siga siendo accesible para todos los estadounidenses, especialmente para quienes más lo necesitan.
Defender el aceite de oliva es mucho más que defender un alimento. Es defender principios fundamentales: el derecho a una alimentación saludable, la coherencia entre las políticas económicas y de salud, y la construcción de un sistema alimentario más justo y sostenible. Aunque el camino será largo, sabemos que la verdad está de nuestro lado. La vivimos, la conocemos, y ahora es el momento de que todos la escuchen.